Mete en su boca el último bocado de una hamburguesa recalentada y mastica con desagrado. Mientras recoge las cosas y las lleva a la cocina, se pregunta cuántas veces ha hecho esos
Sus estropeadas manos limpian ahora, como todas las noches, el plato y los cubiertos recién usados. Hubo una época en la que lavaba 2 platos y 2 vasos por noche ¡Qué tiempos aquellos! Pero su esposa ya no estaba. Se había ido con dios sabe cuál de los jefes de la papelera donde él todavía trabaja. Pero prefiere no acordarse de eso. Los malos recuerdos, dice, deben borrarse. Friega, enjuaga, guarda, friega, enjuaga, guarda, friega enjuaga guarda enjuaga friega guarda friega guarda enjuaga…
Listo, ya está preparado para el descanso después de un día agotador. Prende la televisión, se estaciona en su sillón y una pila de libros le sirve de apoya-pies. Están pasando una de dos estudiantes universitarios de Boston, y lo mismo de siempre. Su cerebro tiene una inusual ráfaga y piensa: “una bosta”, pero cada vez la observa con menos crítica, hasta meterse, ahogarse en la trama. Los brillosos ojos negros, que alguna vez supo tener, ahora no son más que un gris opaco. Pero la pantalla hace que sus profundas ojeras tristes ahora sean unas profundas ojeras felices.
Él me parece que no lo está notando, pero el sillón poco a poco lo está atando a los almohadones. Su vejiga va a explotar, pero no se mueve. Terminada la transmisión, se decide a ir al baño. Pero no puede, siente como dos grandes tornillos salen de la madera y penetran por sus talones hasta sus rodillas, y las ataduras del sillón ahora se ajustan, y una fuerza empuja su pecho hacia atrás, OBLIGÁNDOLO a permanecer sentado. Sus ojos no pueden moverse, pero no se escucha Beethoven. Su pelo se le va poniendo pajizo y, primero sus pies, luego sus piernas y el torso, todo el cuerpo se va endureciendo, las arrugas hechas nudos y así hasta que por fin es un tronco con una gran sonrisa frente a
un saludo